Una bitácora de viaje, una estación necesaria.
Proyecto a modo de espacio en que puedo sacar, con dibujos y frases, a los demonios que tengo dentro.


Edmer Montes - Ojo de Cuervo





Fiebre

martes, 30 de junio de 2015



Fiebre. Sudor. Delirio.
Los fantasmas de siempre me muestran sus clavos incrustados en sus ojos, y los horrores de sus niños mutilados bajo mi cama ya no es suficiente.  Vienen por más. Los fantasmas de siempre regresan y los siento en mis entrañas. Me corroen cuando tratan de escapar de mis pesadillas que son en realidad sus cárceles. Entes sangrantes. Fiebre de cuarenta.
Maldita sea estoy delirando otra vez.

Despierto sobresaltado y ellos aún continúan a mi lado. Rodean mi cama, la cuna de mi hija, la cocina al preparar el desayuno.  Tintinea el metal oxidado al caminar.  Los entes me escuchan al hablar con mis niñas y comparten un pan con nosotros. Muestran sus cuencas oscuras donde asoman los clavos. Siempre los clavos.
Fiebre. Fiebre.

Pastillas. Responsabilidad. A trabajar.
Escribo incoherencias en la pizarra. Hablo de más. Alumnos sobresaltados. Pastillas de colores y los entes se masturban. No almuerzo, sólo dibujo. Media tarde y sigo sudando frio. Las palabras son cada vez más veloces. Hay clavos manchados sobre mi bitácora. Gente podrida. Ellos me observan. Fiebre. Sudor. Delirio. “¡Taxi!.. al hospital X”

Observo mis manos que tienen cicatrices. Las quiero volver a abrir.
Pero… ¿Si las heridas de mi cuerpo no son accidentes? ¿Me infrinjo dolor una y otra vez para cerciorarme de que no estoy alucinando?  ¿Y si es verdad? ¿Si en realidad sí soy malvado y no son sólo sueños?  ¿Si debí medicarme como me lo sugirió la especialista?  “No, no estas alucinando chico” me dice el ente oscuro sentado junto a mí.  “Mírame y sumérgete en las cuencas oscuras de mis ojos de cuervo” me invita.  Un taxi al infierno. Me dejo Llevar.

Velocidad. Velocidad. Estudiante de arte. Drogas duras, el maldito arcoíris. Pelea, pelea. Arte-muerte. Dibujos putrefactos, fetos malformados. Arte basura, poesía infecta. Fiebre. Represento lo que me persigue. Nadie lo entiende, a nadie le gusta. Primer homicidio. Crucificado boca abajo.

Emerjo levitando desde la ventanilla del taxi.

Hospital en ruinas.
Camillas, vómitos, peste, pobreza. Los entes se confunden con los agonizantes. Aroma a muerte y luces que se apagan. Brujas de blanco y médicos excitados. Espuma en la boca. Ganado al matadero. Fiebre, fiebre. Quiero abrirle el pecho al Doctor y danzar sobre sobre su dios muerto. Inyección.
Sueño.
Sueño.
Sueño.
Reposo.

Despierto tiritando en la sala de espera.  Avergonzado y agotado voy rumbo a casa. Llego a media noche y mis hijas están durmiendo junto a su madre. Voy a la cocina y me sirvo una taza de café caliente. Pongo música: The Last Man de Clint Mansell. Me derrumbo en el sofá.

“Eres el único que no se ha ido” le digo a Ojo de Cuervo que está sentado junto a mí en el sofá.

Dejo el café aun lado y le quito los clavos de los ojos. Clavos como de un cristo, clavos para la penitencia.  “Nunca me he ido del todo, y lo sabes” me responde. 
Asiento con la cabeza y murmuro: “Estoy agotado. Las peleas son cada vez más largas y no sé si podré soportarlo más”. Siento un nudo en la garganta. “Estoy sangrando, y nadie se da cuenta”.

Me incrusto los clavos a mis ojos y la tibiez de la sangre me reconforta. “Cuida a mis hijas” le digo. “Eso hago Tanatos” responde Ojo de cuervo. “Cada día evito que te asesines”.

Cierro la bitácora. Frágil por mis constantes muertes.

Sonido









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