Estruendo paso mal paso, estruendo error para sí. Eres la musa
de los recuerdos idos. Eres lo que evoco en mis días de horas crueles, un tras
de otra, constantes. Retengo tu boca del
labio partido en medio de un grito apagado que se torna sin fin. Quiero escapar
de estas noches. Pero amanezco cada mañana con lo que dejaste para mí.
Un pendiente sobre la almohada, un retrato dibujado de
memoria y una dedicatoria que no quisiste leer.
Soy padre de dos niñas, esposo de una gran
mujer, hijo de una madre luchadora. Por ello en la histórica marcha del día de
ayer gritamos en familia: Ni una Menos. Este humilde dibujo fue fotocopiado y repartido
a la gente por mi hija mayor. Se imaginarán lo emocionado que estuve.
Se desnuda en nuestra improvisada habitación de cada
viernes, con el sofocante murmurar de la gente que nos invade desde la calle,
lo hace cantando nuestra canción. Lo hace con esa melancolía de niña extraviada
que suele hacerme llorar.
Nos encontramos sobre este campanario donde fantasmas deambulan
entre sus visiones de un pasado inocente. “Somos serpientes y pecado” repite
una y otra vez,y camina hacia la
ventana y se posa en el marco craquelado. Siente la textura del inexorable paso
del tiempo.
Lo siente en la madera, lo siente en su piel.
Su figura a contra luz recibe el resplandor de las
antorchas, cuya horda pronuncia su nombre con el dedo acusador. Se mueve entre
el claroscuro y es allí en donde pertenezco. Ella es el cristo en quien creo,
es el dios hastío lamiendo sus clavos de nueve pulgadas. Un Caravaggio que
llora bajo el espectro de la luz.
Mira el vacío y sonríe.
Se lanza desde el campanario, desde el altar mayor de un
cristo muerto que no resucitó.
Tiene un mechón de pelo blanco entre su cabello engominado. Casaca de cuero con púas de fantasía. Su moto sube hasta el cielo lanzando fuego nos dice. El rey de plástico en una ciudad de plástico. El rebelde de caricatura nos juzga entre sus botellas de trago caro. Quiere que vanaglorie su éxito, emprendedor del padre rico. Méritos alcanzados sobre la alfombra que da hasta la cúspide. -“¿Tu que eres?” Pregunta. - “¿Yo?… un ebrio”. Respondo. - “Jajaja, es en serio man”. Lo siento perturbado. Me regocijo en su patético concurso mal diseñado. - “Me lo preguntan tantas veces. ¿Quién soy? ¿No lo notas? Soy el roedor con dientes nocivos, quien dibuja en media alcantarilla sobre la mugre de esta ciudad. El del libro deshojado de tanto leer. Mira a tu alrededor, aquí todos lo somos”. Respondo. Palidece. Rechinan sus dientes y enumera (altivo) sobre todo lo que puede comprar. Me lo demuestra con un whisky posando sobre la mesa. Su sombra quiere cubrirme. No se da cuenta que entre las tinieblas no hay grandeza que valga. Pero sigue hablando, sus monedas tintinean cuan flauta que trata de hechizarnos. Las ratas se acercan. Ridículamente convencido de sí mismo continúa su cadencia. Las ratas sonríen, es otro platillo al cual devorar. Una gota de sudor frio se oculta entre su barba perfectamente cortada. -“Hey… trago para todos” – grita sonriendo. -“Acéptalo” - le digo - “Hamelín queda muy lejos hechicero”.