Poco a poco la veo sumergirse en la infinita quietud de
los días perdidos, entre los gemidos babeantes y rutinarios de su macho alfa y del cabrón hijo de puta que la llevo de la
mano al jardín de espinas sin rosas. Testosterona
cual azufre que infecta sus heridas.
Tiene la mirada de muñeca rota y no se da cuenta. Tiene
los sueños en luto y no se da cuenta. Un
monje converso de espalda sangrante.
Cría cuervos.
Ella insiste.
Tiene miedo de quedarse sola.
Sonido