Sentado junto a ella reconozco las pocas piezas de lo que fue nuestros
cuerpos, pequeños fragmentos que nos gritan lo que alguna vez fuimos. Aúlla la
inocencia perdida, los sueños estrujados. Bebemos esta noche calma, ocultos de los policías
y las alarmas. De una ciudad que nació enferma. De la peste cual mensajera de sus
dioses muertos.
Los años y la noche persevera y las culpas se diluyen en vino barato. Somos
dos cadáveres que aun sienten frío y que persisten en caminar por las calles de
bares clausurados y hogares en duelo. Musitando pesares entre llantos de un
pueblo tantas veces olvidado. Decadentes. Imperdonables.
Ella me besa con su violento color carmesí y al morderme la rojez de sus
pupilas, sus mejillas, de su conciencia se disuelven con mi sangre. Ella llora
y me odia. Me entrega la pequeña grulla de papel que le regalé el día que la
conocí, la última pieza que conserva de mí. De quien fui.
La acaricio. Sus enormes ojos aún pueden ver mis adentros de averno. Le
beso la frente y ensucio sin querer el hermoso mechón plateado de su cabello.
Sigo estropeándolo todo.
Aun es la muchacha más bella que conocí.
Enciendo un cigarrillo y la grulla en llamas inicia su vuelo. La cubro con mi casaca, ella me pasa la botella. Tiene el ultimo sorbo de nuestro tiempo.
Ella fue el último ser de carne. La niña vestida con la piel del cachorro que mató el hombre y que llamaba hermano. La minúscula falla improbable en la infinita sinfonía del universo.
La niña y el Árbol. Fueron suyos los días y las noches, las preguntas y las risas… y la lluvia. La húmeda acaricia en sus mejillas que la hacía iluminarse. “Las lágrimas del cielo traen polvo cósmico, brillos de estrellas” decía a la vez que limpiaba cada hoja metódicamente. Hablaba con cada una de ellas como si dentro estuvieran los espectros que le cantaban.
El árbol nunca dio una flor y la niña llegó a aceptarlo con el tiempo. Sus formas y su aroma estaban en sus recuerdos que evocaban el acto que la hizo humana al arrancar la vida. Y eso la entristecía sobre manera. La usencia.
Cada noche se arropaba con cortezas blandas y dormía oyendo canciones dentro del árbol, arrullos de mil voces al unísono como una plegaria del hijo que despide a la madre anciana. Como quien rememora besos de buenas noches y despertares jugando con cabellos entre pequeños dedos.
Esa noche la niña se dibujó una flor en la palma de la mano y se acurrucó como el día en que la encontraron. Habló con las constelaciones sobre la soledad de entender el amor, de ser la última en tener memoria de lo vivido. Acarició para sus adentros los pétalos en cenizas, los latidos pausados.
Durmió.
Y el árbol perdió las voces al terminar el arrullo. El silencio recibió a las hojas que cayeron lentamente como un llanto quedo, como un susurro que cuenta la última historia del hombre.
Mía Lía, la hija de los espectros, la madre del árbol. Aquel amanecer no volvió a despertar.
El cielo hace eco de sus lamentos y llueve, llueve,
llueve como nunca. Despiertan los vientos y los cantos, la rojez de un sol que
envuelve al horizonte de plegarias cual consuelo de las madres. Y los espectros
son refugio, son cobijo para el pequeño cuerpo de la vida.
La vorágine de mil constelaciones se alza sobre ellos retumbando
recuerdos de millones de nombres, millones de amores, infinitos sueños de
libertad destruidos y renacidos por el hombre. No, no había nadie más que los
recuerde. Nadie quien pueda oír sobre sus historias… hasta que apareció la
niña.
Nuevamente la carne.
Los espectros se juntan cual coraza para mantener
encendida la flama de la nueva vida. ¿Qué los impulsa a protegerla ahora? Ellos
que fueron los únicos testigos de aquel minúsculo destello que fue el hombre y
su tiempo, que deambularon indiferentes sobre sus senderos de fabulosas
transformaciones y destrucciones. ¿Por qué la vida nuevamente ante ellos? ¿por
qué el dolor? ¿por qué sintieron dolor en esos cuerpos formados de tiempo? ¿acaso
es la niña la razón misma de su existencia?
El fuego está en su centro. “Respira, respira” escucha
decir. “Seremos hogar y padre. Seremos árbol para ti”. La niña duerme sabiéndose amada. Los espectros
se unen en una sola esencia.
La niña les regaló la vida, y a la vez la muerte.
sonido
Zbigniew Preisner - Song for the Unification of Europe
Lía mía esta arrodillada frente a la flor y siente un fuego
dentro que es confuso, incendiaria y placentera. Siente nostalgia por que no
quiere extrañarla más, quiere cubrirse de su perfume y viajar junto a ella a
todos esos mundos y galaxias que tanto le han hablado. Enseñarle palabras
nuevas que contienen universos infinitos, dormir cantando bajo diferentes
cielos aun vivos hasta que no pueda abrir los ojos otra vez.
Se levanta y tiene la flor arrancada entre sus dedos. Aun
bella en su muerte. La acaricia. “Este es nuestro viaje” piensa. Quiere dejar
todo atrás entusiasmada con el fuego que brasa sus entrañas. Pero los espectros
la rodean, son testigos nuevamente de la humanidad.
La niña mira a todos lados. Siente el silencio en la piel,
todos miran sus manos. La flor se viste de gris enmudeciendo los cantos de
atardeceres futuros. La cobija tratando de salvar los colores y mira aterrada a
los espectros. La vida se marchita y siente miedo. Llora pétalos. Tiembla.
Los espectros logran entender. Es lo humano resumido en un
acto de amor.
Mía Lía grita con una voz profunda y constante que su
lamento recorrió hacia el límite mismo de lo que existe. Su llanto quiebra el tiempo
y el espacio. Y la nada renace como testigo de la muerte como único fin que no
ha de cambiar. Ya no hay renacimientos en estos tiempos, la extinción es inevitable.
La quietud del silencio cobija a la niña que se acurruca
junto a la flor en una perfecta conjugación. Los espectros la observan inmóviles
como fue al inicio de los tiempos, al inicio de la vida. Y sienten, al fin sienten
lo humano de dentro de ellos.
Aquellos viajes largos son pasos
que se repiten una y otra vez. Pulsaciones constantes que mantienen la vida que
ya no quieres vivir. Aletargado en pausas de lo ya visto, lo ya vivido.
La niña siente que la tierra se
escurre entre sus dedos y cuenta cada partícula de polvo en una pausa de
cientos de años, en el tiempo que retrocede y se adelanta. Intuyendo un pasado perfecto
que dio origen a la destrucción de la vida.
La humanidad fue un minúsculo
oasis fabuloso condenada a morir al mismo tiempo de nacer. Y la comprensión de
todo se dio en un chispazo que irradió de luz, otro tipo de luz, a las
constelaciones. Y a lo que sintieron le dieron muchos nombres y lo transfiguraron
en cuerpos y seres. Creadores y destructores que soñaron y añoraron más allá de
lo que se les fue permitido. Y llego el sacrificio por lo que crían, y llego la
crueldad al asumir su propia naturaleza vasta de venganzas y vergüenzas. Luego
el terror y la calma. La nada en los ojos cerrados asumiendo su propia
extinción.
La niña mira los vastos campos vacíos
de la tierra interfecta que ya no muestran restos de la presciencia de la vida.
Solo las danzas de polvo imitan formas de todo lo habitado
Quiere regresar al lugar de su
nacimiento, al origen que también fue origen de la flor. Estará allí
esperándola. Son polvo y fuerza. Un péndulo que se ha de detener.
- ¿Entonces las palabras eran
pedacitos de alma? - preguntó la niña.
- Eran su propia muerte
intentando no serlo -respondió el espectro-. Con ellas pretendieron descifrar el
universo, ambicionaron ver más allá de lo que sus ojos nunca pudieron.
- ¿Y estas formas contienen universos?
- Si. Pero se decía que los universos
cambiaban según los ojos que la mirasen.
- Pero yo no siento nada. ¿Qué
está mal en mí?
- No sé qué responderte. Solo hallamos
este papel que el último hombre lo tenía para sí. Nunca supimos entender ni
pronunciar estas formas”
El espectro observa a Lía Mía concentrada
en el pedazo de papel, y se recuerda mirando al último hombre exhalando por última
vez. La existencia de la carne encerrado en un parpadeo, el aliento evaporando todo
lo que pudo sentir.
La niña toca cada forma,
dibuja nuevamente el recorrido de lo que nunca podrá entender. Un mapa hacia
ninguna parte. Y al igual que el espectro se pregunta a que universos se
refieren estas formas:
爱사랑uthando αγάπη Liebe ፍቅር ljubavi kärlek Սեր ịhụnanya love אהבה Aşk ආදරය amore ความรักভালবাসা amour любовь حب каханне amor любов milovat സ്നേഹം amare yêu và quý cariad…
Pregunta a los aires las voces de antaño, quiere oír los
ecos que contienen memorias que viajaban arrullando amores latentes y lamentos
olvidados.
Su voz es la única que habita ahora. “Déjame flotar como pestañita
después del llanto. Viajar hacia el inmenso gris que suelen mirar” pide Lía Mía.
Y canta una vez más y percibe su voz viajando sobre el llano.
-“Hubo quienes conquistaron los aires” dijo el espectro. Y recordó
majestuosos seres navegando entre nubes. Y pequeñas plumas incendiándose por
millones que cubrieron el grito de la luz para siempre.
-“¿seres como yo?” preguntó la niña.
-“si, seres como tú. Compartes sus mismos deseos de vuelo,
de sueños. Y también tienen el mismo fuego musitando grandezas.”
La niña corre y siente el viento en el rostro. Hay un calor
dentro de ella que la inquieta.