Una bitácora de viaje, una estación necesaria.
Proyecto a modo de espacio en que puedo sacar, con dibujos y frases, a los demonios que tengo dentro.


Edmer Montes - Ojo de Cuervo





El poeta

miércoles, 30 de septiembre de 2020

 



“¿y tú qué eres?” Me preguntó. Quiso preguntar quien era yo, pero ese lapsus de cambiar el “que” por el “quien” tenía un tufillo de clasismo y racismo. El joven premiado escritor frente a un joven estudiante de arte.

Era el 2000 y llegué con mi bella amiga al bar en el centro de la ciudad. El mítico Bar de la rocola antigua. En la mesa la conversación giraba entre Amores Perros, la dictadura fujimorista y mis dibujos publicados en un fanzine de izquierda. Ella era hermosa y todos se preguntaba que hacia ella conmigo (Yo aún me lo pregunto).

El viejo editor nos divertía con sus anécdotas de juventud sobre tragos y putas junto a varias leyendas de las letras peruanas. Tres estudiantes sanmarquinos festejaban cada gracia que refería a algún poeta famoso. Una bailarina aún conservaba su maquillaje con brillantinas después de su función y expresaba su amor por Gael García cada vez que podía. Mi amiga escuchaba fascinada a la fauna. Yo bebía y dibujaba en mi bitácora, ya me sabia de memoria las historias.

Fue a media noche que ingresó el joven escritor, la nueva promesa del subsuelo atormentado de quien ya olvidé su nombre. Saludó al editor, ignoró al resto y se sentó a la cabeza. Había ganado un premio importante días atrás y seguía festejando. Varios comensales voltearon a verlo, escritores y poetas autopublicados lo seguían con la mirada. Murmuraban sobre él. Los sanmarquinos se apresuraron en pedir otra ronda más. La esperada reverencia para obtener sus favores.
Yo seguía bebiendo. Con las etiquetas había transformado mi lado de la mesa en un zoológico de papel.

Mientras me encendía un cigarrillo sentí el brazo de El Premiado empujándome para sentarse entre mi amiga y yo. Me dio la espalda y se presentó ante ella a la vez que aplastaba con su botella mi pequeña grulla de papel. Tras varios confusos minutos mi amiga se levantó incomoda y se puso a mi lado. El premiado esbozó una media sonrisa y sorprendido cayó en cuenta de que ella venía conmigo. Avergonzado guardó los recortes de periódicos que llevaban su nombre. Si, tenía recortes de diversos diarios que hablaban de él cortados perfectamente y plastificados en un folder. ¿Tal vez creía que mostrarlos cual medallas serían una especie de afrodisiaco para ellas?

Se presentó sin darme la mano y puso sus diversos libros publicados sobre la mesa:
- “¿y tú qué eres?”. Preguntó
- “Un borracho”. Respondí
Todos en la mesa rieron.
- Eh… si dibujas, entonces me supongo que te llaman artista.
- No, la gente en realidad me dice que soy un borracho.
- Ah, un “artista atormentado” …todo un cliché.
- Mira a tu alrededor “premiado”. ¿Cuántos bastardos de Hemingway ves?

Me fui con mi bella amiga y le hice el amor como un toro salvaje, como quien gana una batalla o vuelve de la guerra. Sabía que él seguiría ganado premios, que su talento era innegable y que su nombre volvería a imprimirse en los periódicos. Pero esa noche la hermosa chica se fue conmigo. Esa noche tuve la respuesta perfecta.

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Atahualpa Yupanqui - El Poeta
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Punzón

sábado, 12 de septiembre de 2020



Afuera del colegio me esperaban para la pelea de rigor. Un lunes rodeado de adolescentes con resaca y niñas con tajos en las muñecas. Sabía que me darían una paliza, que no iba a ser nada limpio. No solo porque él era más alto que yo. Esa tarde trajo consigo un grupo de jóvenes para hacer de mí un cristo crucificado, y sus botas serían toda la maldita pasión.

Me presenté al medio del ruedo frente a mi contrincante que no paraba de insultarme. “Cómo te atreves a hablar con ella” reclamaba, que ella iba a ser suya y demás peroratas. El muchacho estaba furioso. “Ya me quiere muerto” pensé. Apretó con furia sus dientes y miró detrás de su hombro.  Era la señal.

 Un tipo enorme que parecía un mastodonte lo esquivó y se acercó lentamente hacia mí. Mi oponente sonrió con burla, esperaba que el líder de los matones iniciara la carnicería. Yo sudaba frío. “En lo que me he metido por mujeriego” me repetía.

Todos murmuraban. Mi oponente miraba el ruedo que nos envolvía e impaciente respiraba agitado. Miré a los ojos al mastodonte. Cuan montaña se quedó inmóvil frente a mí.

Silencio.

 Y para sorpresa de todos me abrazó con carcajadas sonoras. Me volvió el alma al cuerpo. El tipo era pareja de mi amiga de la infancia. No solo eso, fui yo quien los presentó y fungió de cupido. Para ser franco el tío me pagaba las borracheras para llevarla, así que era una sucia transacción simple. Yo era el responsable de que tuviera el sexo más salvaje de su vida. Mi amiga podía llevarte a las estrellas si realmente le gustabas, créanme. Y el mastodonte estaba perdidamente enamorado de ella.

 Para él todo esto era solo es una pelea de chiquillos así que fungió de árbitro: Una pelea limpia por una mujer. De mi parte no estaba enamorado ni nada, así que todo esto del duelo por el amor de una niña me parecía ridículo. Yo solo quería fastidiar al “rudo” del colegio enamorando a la muchacha que le gustaba, pero lo que no sabía era que él tenía amigos que eran peligrosos. Y el mastodonte realmente lo era.

 Yo escupía sangre. Tenía la pelea perdida, pero la sentía como una maldita victoria por salir vivo de allí. Prometí dejar en paz a la chica y me disculpé con el “rudo”. Al final del año terminamos siendo amigos y bebíamos con regularidad cuando nos escapábamos del colegio para ir al río con las chicas de otros salones.

 Antes de irme el mastodonte me abrazó con brusquedad y me dijo al oído “de lo que te salvaste enano” y me enseñó un punzón casero de entre su casaca. Supe que murió en un ajuste de cuentas relacionado con drogas unos años después.

“Debo de arreglarme para que mi madre no se dé cuenta” pensé. Crucé los jardines hasta el basural para que no me vieran. Un profesor se percató que limpiaba el polvo de mi uniforme escolar tras el colegio. Me miró con una mirada indiferente y siguió su camino. Ellos que te salpicaban su desidia a diario eran parte del mobiliario de la calle.

 Encendí un cigarrillo. “No extrañaré este colegio cuando me expulsen” pensé.  

Volví a casa.

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Gente De Noche - Los Mojarras