“¿y tú qué eres?” Me preguntó. Quiso preguntar quien era yo, pero ese lapsus de cambiar el “que” por el “quien” tenía un tufillo de clasismo y racismo. El joven premiado escritor frente a un joven estudiante de arte.
Era el 2000 y llegué con mi bella amiga al bar en el centro de la ciudad. El mítico Bar de la rocola antigua. En la mesa la conversación giraba entre Amores Perros, la dictadura fujimorista y mis dibujos publicados en un fanzine de izquierda. Ella era hermosa y todos se preguntaba que hacia ella conmigo (Yo aún me lo pregunto).
El viejo editor nos divertía con sus anécdotas de juventud sobre tragos y putas junto a varias leyendas de las letras peruanas. Tres estudiantes sanmarquinos festejaban cada gracia que refería a algún poeta famoso. Una bailarina aún conservaba su maquillaje con brillantinas después de su función y expresaba su amor por Gael García cada vez que podía. Mi amiga escuchaba fascinada a la fauna. Yo bebía y dibujaba en mi bitácora, ya me sabia de memoria las historias.
Fue a media noche que ingresó el joven escritor, la nueva promesa del subsuelo atormentado de quien ya olvidé su nombre. Saludó al editor, ignoró al resto y se sentó a la cabeza. Había ganado un premio importante días atrás y seguía festejando. Varios comensales voltearon a verlo, escritores y poetas autopublicados lo seguían con la mirada. Murmuraban sobre él. Los sanmarquinos se apresuraron en pedir otra ronda más. La esperada reverencia para obtener sus favores.
Yo seguía bebiendo. Con las etiquetas había transformado mi lado de la mesa en un zoológico de papel.
Mientras me encendía un cigarrillo sentí el brazo de El Premiado empujándome para sentarse entre mi amiga y yo. Me dio la espalda y se presentó ante ella a la vez que aplastaba con su botella mi pequeña grulla de papel. Tras varios confusos minutos mi amiga se levantó incomoda y se puso a mi lado. El premiado esbozó una media sonrisa y sorprendido cayó en cuenta de que ella venía conmigo. Avergonzado guardó los recortes de periódicos que llevaban su nombre. Si, tenía recortes de diversos diarios que hablaban de él cortados perfectamente y plastificados en un folder. ¿Tal vez creía que mostrarlos cual medallas serían una especie de afrodisiaco para ellas?
Se presentó sin darme la mano y puso sus diversos libros publicados sobre la mesa:
- “¿y tú qué eres?”. Preguntó
- “Un borracho”. Respondí
Todos en la mesa rieron.
- Eh… si dibujas, entonces me supongo que te llaman artista.
- No, la gente en realidad me dice que soy un borracho.
- Ah, un “artista atormentado” …todo un cliché.
- Mira a tu alrededor “premiado”. ¿Cuántos bastardos de Hemingway ves?
Me fui con mi bella amiga y le hice el amor como un toro salvaje, como quien gana una batalla o vuelve de la guerra. Sabía que él seguiría ganado premios, que su talento era innegable y que su nombre volvería a imprimirse en los periódicos. Pero esa noche la hermosa chica se fue conmigo. Esa noche tuve la respuesta perfecta.
sonido
Atahualpa Yupanqui - El Poeta
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