Afuera del colegio me esperaban para la pelea de rigor. Un lunes rodeado de adolescentes con resaca y niñas con tajos en las muñecas. Sabía que me darían una paliza, que no iba a ser nada limpio. No solo porque él era más alto que yo. Esa tarde trajo consigo un grupo de jóvenes para hacer de mí un cristo crucificado, y sus botas serían toda la maldita pasión.
Me presenté al medio del ruedo frente a mi contrincante que no paraba de insultarme. “Cómo te atreves a hablar con ella” reclamaba, que ella iba a ser suya y demás peroratas. El muchacho estaba furioso. “Ya me quiere muerto” pensé. Apretó con furia sus dientes y miró detrás de su hombro. Era la señal.
Un tipo enorme que parecía un mastodonte lo esquivó y se acercó lentamente hacia mí. Mi oponente sonrió con burla, esperaba que el líder de los matones iniciara la carnicería. Yo sudaba frío. “En lo que me he metido por mujeriego” me repetía.
Todos murmuraban. Mi oponente miraba el ruedo que nos envolvía e impaciente respiraba agitado. Miré a los ojos al mastodonte. Cuan montaña se quedó inmóvil frente a mí.
Silencio.
Y para sorpresa de todos me abrazó con carcajadas sonoras. Me volvió el alma al cuerpo. El tipo era pareja de mi amiga de la infancia. No solo eso, fui yo quien los presentó y fungió de cupido. Para ser franco el tío me pagaba las borracheras para llevarla, así que era una sucia transacción simple. Yo era el responsable de que tuviera el sexo más salvaje de su vida. Mi amiga podía llevarte a las estrellas si realmente le gustabas, créanme. Y el mastodonte estaba perdidamente enamorado de ella.
Para él todo esto era solo es una pelea de chiquillos así que fungió de árbitro: Una pelea limpia por una mujer. De mi parte no estaba enamorado ni nada, así que todo esto del duelo por el amor de una niña me parecía ridículo. Yo solo quería fastidiar al “rudo” del colegio enamorando a la muchacha que le gustaba, pero lo que no sabía era que él tenía amigos que eran peligrosos. Y el mastodonte realmente lo era.
Yo escupía sangre. Tenía la pelea perdida, pero la sentía como una maldita victoria por salir vivo de allí. Prometí dejar en paz a la chica y me disculpé con el “rudo”. Al final del año terminamos siendo amigos y bebíamos con regularidad cuando nos escapábamos del colegio para ir al río con las chicas de otros salones.
Antes de irme el mastodonte me abrazó con brusquedad y me dijo al oído “de lo que te salvaste enano” y me enseñó un punzón casero de entre su casaca. Supe que murió en un ajuste de cuentas relacionado con drogas unos años después.
“Debo de arreglarme para que mi madre no se dé cuenta” pensé. Crucé los jardines hasta el basural para que no me vieran. Un profesor se percató que limpiaba el polvo de mi uniforme escolar tras el colegio. Me miró con una mirada indiferente y siguió su camino. Ellos que te salpicaban su desidia a diario eran parte del mobiliario de la calle.
Encendí un cigarrillo. “No extrañaré este colegio cuando me expulsen” pensé.
Volví a casa.
sonido
Gente De Noche - Los Mojarras
0 comentaron:
Publicar un comentario