Raspo una vieja cicatriz. Sangra.
Son tantas.
Zapatos rotos, cuadernos reciclados. Una etiqueta en la
frente para el “serrano rebelde”. Traumas de carpeta. La muerte acariciándome entre
las olas del mar. Riqueza en el alma, pobreza en los bolsillos. Amigos
artistas, enemigos mercaderes. Poetas de oficina. Críticos sin gloria. La música
me eleva, lo verde también. Fractura frecuente de la nariz, trago adulterado
bajo esteras polvorientas. Nudillos furiosos contra espejos indolentes. Dedos
acusadores, carcajadas a mis espaldas, manitas cual escudos.
Me he sumergido en gases lacrimógenos junto a amores rebeldes,
me he peleado con políticos y poderosos que avivaron sus brasas con nuestros
sueños. Privilegiados minimizando nuestros logros. Dictadores y asesinos.
Campeón nacional, recibos que no puedo pagar. Taller
clausurado, esculturas en la basura. Sueldo mínimo en la barra del bar. Alcohol
de media noche. Perfume barato entre cabellos rizados, ninfas acariciando canas
rebeldes. Mala poesía, bitácora entre trazos y humo. Locos soñadores que se van
sin ser nombrados.
En mis manos una vieja cicatriz volvió a sangrar. Son
tantas.
Creo estar en medio camino. Sobreviví a pesar de todo. Me
levanto para continuar, pero el viejo Bukowski me advierte: “No lo intentes”.
Veo su pelea, veo la pelea de los grandes que no consiguieron
ganar.
“Mis nudillos aún son fuertes” pienso, “No tengo opción”.
sonido
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