Una bitácora de viaje, una estación necesaria.
Proyecto a modo de espacio en que puedo sacar, con dibujos y frases, a los demonios que tengo dentro.


Edmer Montes - Ojo de Cuervo





La noche

domingo, 11 de junio de 2017




Su compañera duerme en casa. La ninfa solloza dormida en un hotel barato.
Tánatos deja esta noche a sus mujeres en el camino hacia el bar. Se transporta en el giro inocuo del vinilo. No dibuja. Escribe escribe escribe, manchando sus papeles con las cenizas que caen en sus textos: “Es en el vaivén de mis latidos naufragios, es en la pieza faltante que se trasforma en tragedia. El vacío en la melodía, rompecabezas inconcluso de mis días. Es allí cuando su ausencia me acusa”.
Escribe.
Escribe.
Se detiene.

Una silueta en el espejo.

Es en el reflejo donde viajan sus parpados caídos, es donde se encuentran inmóviles por un instante. La niña de la mirada triste, la que huye de un fantasma. Sola, tan sola como él.

El carbón y las cenizas, el pincel y sus movimientos, la acuarela y hasta la sangre misma aúllan en el papel. Tánatos la dibuja y rechinan sus dientes expandiendo melodías tristes por el recinto, oscureciendo aún más las sombras de los expulsados. Este bar de la vieja rocola, este mítico bar.

Arranca la hoja y se la regala sin decirle nada.
Vuelve a su lugar y bebe de su copa.
Escribe.

Percibe nuestro desconcierto, lo ridículo de las convenciones.
- “Habla con ella” le digo “todos lo hemos sentido viejo”.
- “No” responde, “me llevo su reflejo. Sólo eso”

Ella logra oírnos, dobla el dibujo y se va.

Murmuran insultos en la embriaguez de la suerte esquiva. Se enciende en rojo el hálito susurro que lacera la cabeza del insolente dejando sus puños magullados de rencor.
“¡Los hambrientos no perdonan que se pudra la carne!” grita y vuelve dando tumbos a la barra.

Esa carne viva que nos sonríe en su cráneo, su saliva en rojo que cubre lo confuso de sus elecciones. Todo, todo eso es su poesía.


sonido


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