De negro su bufanda y las
uñas, de negro el rímel furioso de su mirada. Tatareaba y cantaba para mí. La
cura es perfecta:
“Imagino que las formas se acercan demasiado.
Me arranco los ojos. Contengo la respiración.
Y espero hasta que tiemblo”
Me arranco los ojos. Contengo la respiración.
Y espero hasta que tiemblo”
Me traducía esta canción
mientras escondíamos la chata de ron de las miradas ofuscadas de señoronas
acusadoras. En medio del parque compartíamos un audífono en el invierno más
helado que tuvo esta puta ciudad.
“Estas temblando” dije. Ella
se puso a dibujar corazones rotos sobre mi camisa escolar sin pronunciar
palabra alguna. Tatareaba en mis oídos y sentía el baile de un lapicero en la
espalda. Sus labios estaban helados.
Se dibujó a sí misma en la
parte trasera de mi cuaderno de matemáticas. “Close to me” se leía entre sus
trazos. “¿Me encerraras verdad? ¿verdad que lo harás?” susurró. No respondí.
Como hacerlo si es ella quien me tenía a merced de su sangre sobre sangre, de
sus bailes tristes del gemido desnudo. Me tenía a merced bajo un árbol que cubría
entre sombras su mano acariciando las tardes de invierno.
“Debo de volver a la universidad niño” dijo. Y
se fue por el camino que no era para mí. Se fue dejándome cubierto de hojas
marchitas, dejándome sentado sobre la vereda cual niño extraviado que finge
saber lo que hace, que finge para no llorar.
sonido
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