Sentado junto a ella reconozco las pocas piezas de lo que fué nuestros
cuerpos. Dejamos atrás pulmones perforados, dientes quebrados y el cerebro en pulpa a causa de los ácidos. Vivimos
en medio del hedor de a los cerros iluminados, bebemos entre lo peor de mi generación.
En los rincones cantan pero pareciese que aullaran a cada herida de sus sueños negados,
a sus virtudes paganas. Comparar las costras te hermana con las fieras. Ya no
te aterran sus pupilas.
La noche persevera y las culpas se diluyen en ron barato. El bar se
presenta con un grito continuo que lo siento frio en la cara. Termino mi copa y
mastico los vidrios. Ella se acerca sigilosa. El carmín barato de sus labios se
confunde con mi sangre. Se para. Lanza un escupitajo veloz al rostro burlón que
está detrás de mí. Un vaso se hace añicos en la frente del niño bonito.
La novia perfecta para un
homicida en ciernes.
Sentados en la vereda la cubro
con mi casaca, ella me pasa la botella. Dos serpientes expulsadas del Edén, dos
serpientes que asesinaron a su mesías. Permanecemos callados. Nos levantamos y retomamos
el camino hacia otro bar. Otro bar de mala muerte, que en medio de su
inmundicia, dejaremos las siguientes piezas de nuestros cuerpos.
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