Entre las tinieblas causadas por los coches bomba de un país violento, mi familia se reunía alrededor de una vela para contar historias lúgubres de mi pueblo natal. Historias de seres maldecidos a causa del pecado incestuoso que recorrían las montañas para exterminar niños inocentes. De codiciosos asesinos que cual becerro te desollaban para hervirte la valiosa grasa de tu cuerpo.
O sobre la bella dama perdida en la puerta del cementerio que era rescatada por choferes enamoradizos y que cuyo final mi padre teatralizaba:
- Y su madre al escuchar su nombre exclamó “¡¡pero si murió hace veinte años!!”.
Y esa sentencia hacia que todos al unísono lanzáramos un grito que era seguido por risas y peticiones de más historias que sabíamos de memoria, pero que no nos cansábamos escuchar.
Pero los horrores mayores venían de un pueblo que sufría la violencia del olvido, pueblos que notaron que el mayor monstruo era su propia patria cuya indiferencia los cubría de sangre. Y rememorábamos a nuestro pueblo, y recordábamos su plazuela y sus muertos.
Crecí apachido por mi madre y su fascinación por las historias de horror, en su regazo me ocultaba de la niña poseída, del ser repugnante, de quienes succionaban la sangre. Mi madre que se enfrentó a los horres de ser mujer pobre y andina, mi madre que se enfrentó a un medio hostil como las heroínas de las películas.
Mi madre.
La transgresora con polleras, una dominio feliz
O sobre la bella dama perdida en la puerta del cementerio que era rescatada por choferes enamoradizos y que cuyo final mi padre teatralizaba:
- Y su madre al escuchar su nombre exclamó “¡¡pero si murió hace veinte años!!”.
Y esa sentencia hacia que todos al unísono lanzáramos un grito que era seguido por risas y peticiones de más historias que sabíamos de memoria, pero que no nos cansábamos escuchar.
Pero los horrores mayores venían de un pueblo que sufría la violencia del olvido, pueblos que notaron que el mayor monstruo era su propia patria cuya indiferencia los cubría de sangre. Y rememorábamos a nuestro pueblo, y recordábamos su plazuela y sus muertos.
Crecí apachido por mi madre y su fascinación por las historias de horror, en su regazo me ocultaba de la niña poseída, del ser repugnante, de quienes succionaban la sangre. Mi madre que se enfrentó a los horres de ser mujer pobre y andina, mi madre que se enfrentó a un medio hostil como las heroínas de las películas.
Mi madre.
La transgresora con polleras, una dominio feliz
sonido
LA LÁ / NIÑO CANÍBAL (cover de VIRULO, Cuba)
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