Ella joven madre en una casa ajena, yo un joven soñador partiendo
hacia los andes. Fue la primera vez que nos separamos, que estaría lejos trabajando.
Llanto en la almohada en la noche previa, recorría palabras
quedas sobre su frente en un beso. “¿Qué pasará mañana?” preguntó. “Estarás
bien” respondí, admiraba su fortaleza. Observamos la cuna que cobijaba nuestro
mundo. Nos abrazamos.
“¿Qué pasará mañana?” se titula la canción que escuchaba de
niño al viajar junto a mi padre. Y que extrañamente la volví a escuchar siendo
yo padre, siendo yo quien se iba lejos de casa. La oí en ese viaje, en un auto
en medio de la nada a cuatro mil metros de altura en los andes peruanos.
Entonces recordé a mi padre. Recordé de cuanto lo abrazaba
para que no se vaya de mí. Me sentí niño nuevamente, dibujando con mis dedos sobre
la escarcha de la ventana del auto, soplando mis dedos helados y cantando en
silencio para mí.
Mi padre, y su padre antes que él, fue lejos a ganarse el
sustento alguna vez. Dejaron a su familia para estar más cerca de ellos en un
futuro. Como soldados que van a la guerra llevando la foto de la amada y de sus
hijos que son su esperanza. “Es por ellos, es por ella” se repitieron. Se dieron
fuerzas frente a la incertidumbre, bajo la soledad de sus noches de media cama vacía.
Y ahora miro todo el camino recorrido, y a ella más fuerte
que nunca. La abrasaré hasta ver el amanecer ingresando por la ventana. Dibujaré
un corazón con mis dedos sobre su seno. Le diré “te amo” con un beso.
“¿Qué pasará mañana?” me pregunto como la primera vez.
He de averiguarlo.
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