Aun hay dentro de su pecho un púlpito resguardado en su corazón, un lecho en silencio lírico del niño en acuarela. Canta quedo para sus adentros. Tímida voz. Ópalo místico.
Nadie sospecha que aún vive acurrucado entre
hojas de coca y pétalos de cantutas, olvidado por los cánticos adultos.
“Permutas la flor por el brillo efímero”
reclama. Y se arrepiente.
El aún niño está allí.
Abre un camino circular que sobrepasa el
rio de la frontera, la jaula fría y las cadenas en las muñecas. Se cubre de su
bandera y recorre las infinitas dunas: es la hoguera de todo lo planeado, de
todo lo soñado. Cenizas grises de tiempo consumido.
Teje arrugas en su piel.
Pero el niño resiste. Le llama. Le escucha.
Y entre el amasijo de lo que fue su pálpito
lecho se ve puro. Y entre sus pequeñas manos una bitácora que es cobijo.
Corre hacia él y lo abraza. “No era justo
que te dañaran así” le consuela.
Las manos cuarteadas están sanas ahora.
“Volvamos a casa – le dice- “a la patria
grande.”
Los pinceles resuenan en sus trazos, cubren
sus canas de colores.
“El
sueño no muere, tiene la fuerza de romper las fronteras” sentencia el niño.
Van de camino a casa, aunque saben que ya
no los recuerdan.
sonido
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