Tanatos volvía al bar cada viernes y se sentaba solo en la mesa. Pedía el trago de siempre y sacaba su bitácora con eróticos y sangrantes dibujos. Además de textos que fungían de poemas. Malos poemas en realidad.
Se sumergía en sus papeles manchados y gritaba sobre la estupidez humana y en lo elitista que se transformó el arte. Se sumergía en papeles que regalaba a los curiosos para que lo dejaran en paz. “Toma y lárgate” se le oía decir y los ebrios habituales reían al unísono esperando al siguiente rapaz desubicado.
Se sumergía en sus papeles manchados y gritaba sobre la estupidez humana y en lo elitista que se transformó el arte. Se sumergía en papeles que regalaba a los curiosos para que lo dejaran en paz. “Toma y lárgate” se le oía decir y los ebrios habituales reían al unísono esperando al siguiente rapaz desubicado.
Pintó a su ninfa en esa pared y se sentaba frente a ella cada viernes. Una caperucita de negro con un lobo domesticado junto a ella. Una diosa en luto, el rostro de quien fue su amor de adolescente decían, la novia difunta murmuraban. El barman los callaba y le llevaba el infinito trago de cortesía, aquel que pedía por haber dejado en la pared “la basura que fascinaba a los clientes”.
Pero el bar cambio de dueño y decidió cambiarlo todo. La ninfa de Tanatos fue cubierta por una pintura marrón, y un relieve en madera de un escudo medieval fue colgado en esa pared.
Tanatos apareció un viernes y se subió a una silla. Quitó aquel escudo y pasó sus manos sobre la pared. “Volvió a ser un fantasma, ella volvió a ser un fantasma” murmuro. Se disculpó con todos y pidió un trago. No hizo un escándalo como creyeron. Saco su bitácora como de costumbre y comenzó a dibujar.
A media noche con un lápiz escribió en la pared “dejaré un reino de cubos de basura, de orfandades gritándome, recordándome, que siempre he perdido”. El dueño no dijo nada, los ebrios habituales le compraron una ronda de tragos.
Lo dejaron en paz.
Sonido
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