Ofelia esnifa sus huesos
molidos directamente de la mano de Tánatos. Un montículo esparcido en el
triángulo exacto entre su pulgar e índice.
Ella aspira.
Ella gime.
Y sin soltarlo lame muy
lentamente, con un movimiento de serpiente, el rastro tóxico del polvo óseo.
“La poeta se comerá tu
corazón” le digo.
“Lúgubre amor” responde.
El busca una idea de lo
sagrado en esos ojos dilatados, lejos de las deidades inútiles con olor a
rancio. Busca la espiritualidad en la degradación vil de sus nocturnas
bohemias.
“Trémula muerte” murmura.
Se rasga el pecho y el pálpito
luminoso lo incendia todo. Se consume en un púlpito levantado en la mesa oculta
de un sórdido bar.
Ella acepta la ofrenda de la
llamarada mustia.
Engulle a la bestia.
sonido
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