Una última
tarde.
La conocí en
tercer año cuando la llamaban por el nombre de una cantante que se parecía a
ella. Menuda y bella, inocente y guerrera. Yo era nuevo en el salón y al
instante nos gustamos al conversar durante el recreo de ese mismo día.
Trabajos en
grupo, paseos al paradero, el elenco de danza y los viajes sentados al fondo
del bus. Reíamos sin decirnos nada, estábamos juntos sin estarlo. Y fue al
terminar una fiesta de jovenzuelos con hormonas en ebullición que me atreví a
acariciar su rostro triste. Aparté su
cabello azabache y pude encontrar sus pupilas navegando nostalgias de mares
violentos que le tocó vivir. El perfume inocente,
el temblor de sus labios, el primer beso bajo la luna llena.
Los novios que
nunca lo fueron.
Pero nos hicimos
mucho daño, el amor tiene espinas y lapsos de tiempos en soledad. Ella con el
guapo del salón, yo con la muchacha más bella de la promoción. Pasiones
aleatorias, parejas discordantes. Y entre multitudes de amores y aventuras
nuestras miradas siempre se buscaban y en algún rincón lejos de todo su cabeza descansaba
sobre mi pecho como la primera vez.
Nuestra ultima
tarde de agosto recordamos todo ello y con la música inundando su cuarto cantamos:
Lo que sentíamos
era solo nostalgia de lo vivido, lo sabíamos. Guardó mis cartas y fotos en una
caja que años después termino en cenizas. Se enamoró. Era tiempo de seguir.
Una carrera,
nuevos amigos. Ahora tiene una hermosa familia, recuerdos valiosos e inmensos
del que ya no formo parte.
Lejos, lejos de
los recreos, las tareas y paseos en la salida.
La chica de
cabellos de noche navegó lejos de mí, y no volvió la vista atrás.
sonido
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