Salía del trabajo ya muy entrada la noche.
Al fondo del estacionamiento una mujer sentada en un banco, sobre una elevación
de jardín, fumaba un cigarrillo. Mi auto estaba a unos pocos metros de ella. El
único farol del lugar la iluminaba directamente. Era como un espectro incandescente,
la pincelada audaz en un horizonte gris.
Noté que lloraba en silencio.
Dudé por un momento, pero me acerqué a ella.
“Excuse me, are you okey?”.
pregunté
Luego de una larga pausa dio una pitada y
respondió con desdén
“Yes, thanks. Everything's fine”.
Tiró el cigarrillo a medio terminar y volteó
la mirada hacia el lado opuesto, en dirección a unos árboles que estaban a lo
lejos. Miró atenta como queriendo distinguir una presencia, una figura, una
verdad.
Debajo del banco posaban una mochila y un
bolso repleta de ropa. Se dio cuenta que noté sus pertenencias y me miró
impaciente. Supe que no quería ningún tipo de ayuda.
“I'm sorry. I will not bother you”. Le dije y me fui hacia mi auto.
La rodeé para poder salir del
estacionamiento hacia la autopista y al mirarla noté una leve sonrisa. Hice un
ademan con la cabeza a modo de despedida y me fui rumbo a mi habitación.
Por el espejo retrovisor esa pequeña flama
se apagaba a lo lejos, pero aun así era inteligible de tristeza, de eterna
espera, de halo de soledad.
A medio camino me estacioné a un lado de la
carretera y encendí un cigarrillo. El dolor de espalda es habitual en días de
doble turno. Puse “Un Nouveau Soleil” de M83 en los parlantes y a luna estaba
menguante. Banda sonora para una ciudad cubierta de soledades que son historias
anónimas, únicas y constantes. El hilo conductor hacia la conexión de millares
de corazones rotos que son parchados o curados en noches como esta, de quienes buscan
la redención escondida entre unos árboles a lo lejos. Somos como una figura llameante
que ingresará en lo eterno de lo inconcluso.
Es más de medianoche y termino de escribir
esto con un trago entre las manos y un terrible dolor de espalda. Imaginando
finales felices y trágicos, deseados y no cumplidos. La puerta abierta hacia
infinitas posibilidades de salvación. La grandilocuente fe del abatido.
Pero lo asumo.
También miro a lo lejos al bosque donde
habitan los monstruos. Y sobre mí el farol, que a modo de portal, me indica el
camino de retorno hacia las bestias.
Una vez más.
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