Ella dormía abrazada a las vocales de un canto francés cada
noche después de verlo, de perderse junto a él por las callejas de una
Babilonia de billetes rotos, de mendigos engullendo corazones. De hombres
comiendo hombres.
El humor apagado tras la cortina sostenía sin saberlo lo
furtivo de sus encuentros, sus cantos nocturnos repelían la nauseabunda virtud
de una ciudad enferma que los sobrevivirán después del murmullo en tinieblas.
Flotaron como la primera vez en que bailaron la melodía del
beso furtivo, de la inocencia perdida. Y se abrazaron hasta que las canas ridiculizaron
la regla de una juventud rebelde de sueños incumplidos.
Ella navegó entre los surcos de su muñeca rota, el murió
entre las vibraciones de una mandolina triste. Y fuera de esta habitación la
ciudad aulló el eterno sin razón para los cadáveres de aromas vergüenzas, de la
simple carne a ser devorada. Adagio fatale.
Ella observó el tenue adiós de los ojos y del tiempo, ella
murió cabalgando un verso con una sonrisa.
Y no se disculpó por ello.
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sonido
Adagio in g minor, Giazotto - Albinoni
.
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