Calmó la lluvia de invierno y el niño aguarda a sus aves. En
medio de su húmedo jardín se sienta a esperarlos como cada tarde después de la
escuela.
Se toca la cabeza, la herida aún está fresca. Juega con la
piedra ensangrentada entre sus dedos. Los colecciona. A un lado los que impactaron
en un ruido seco. Al otro, los que lograron abrirle la piel. Las guarda en una
caja debajo de su cama. Pero ésta, particularmente, tiene la forma de un
cuervo. La observa en silencio. Las gotas caen desde el tejado sumando pausas y
armonías a una quietud que suele amar.
Siente el viento acercándose con un graznido sordo, presta
atención a los remolinos en lo blanco de la niebla sobre su cabeza. Son como ojos vacíos con una cuenca luminosa. Sus garras harán heridas al posarse sobre él.
Lo negro de sus plumas traerán aromas de muerte. Los ojos son lo primero que se
comerán de él.
sonido
LEUSEMIA -te dejo y se sentó entre los libros
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