Lía Mía llora.
El cielo hace eco de sus lamentos y llueve, llueve,
llueve como nunca. Despiertan los vientos y los cantos, la rojez de un sol que
envuelve al horizonte de plegarias cual consuelo de las madres. Y los espectros
son refugio, son cobijo para el pequeño cuerpo de la vida. La rodean.
La vorágine de mil constelaciones se alza sobre ellos retumbando recuerdos de millones de nombres, millones de amores, infinitos sueños de libertad destruidos y renacidos por el hombre. No, no había nadie más que los recuerde. Nadie quien pueda oír sobre sus historias… hasta que apareció la niña.
Nuevamente la carne.
Los espectros se juntan cual coraza para mantener encendida la flama de la nueva vida. ¿Qué los impulsa a protegerla ahora? Ellos que fueron los únicos testigos de aquel minúsculo destello que fue el hombre y su tiempo, que deambularon indiferentes sobre sus senderos de fabulosas transformaciones y destrucciones. ¿Por qué la vida nuevamente ante ellos? ¿por qué el dolor? ¿por qué sintieron dolor en esos cuerpos formados de tiempo? ¿acaso es la niña la razón misma de su existencia?
El fuego está en su centro. “Respira, respira” escucha decir. “Seremos hogar y padre. Seremos árbol para ti”. La niña duerme sabiéndose amada. Los espectros se unen en una sola esencia.
La niña les regaló la vida, y a la vez la muerte.
sonido
0 comentaron:
Publicar un comentario