Aquellos viajes largos son pasos
que se repiten una y otra vez. Pulsaciones constantes que mantienen la vida que
ya no quieres vivir. Aletargado en pausas de lo ya visto, lo ya vivido.
La niña siente que la tierra se
escurre entre sus dedos y cuenta cada partícula de polvo en una pausa de
cientos de años, en el tiempo que retrocede y se adelanta. Intuyendo un pasado perfecto
que dio origen a la destrucción de la vida.
La humanidad fue un minúsculo
oasis fabuloso condenada a morir al mismo tiempo de nacer. Y la comprensión de
todo se dio en un chispazo que irradió de luz, otro tipo de luz, a las
constelaciones. Y a lo que sintieron le dieron muchos nombres y lo transfiguraron
en cuerpos y seres. Creadores y destructores que soñaron y añoraron más allá de
lo que se les fue permitido. Y llego el sacrificio por lo que crían, y llego la
crueldad al asumir su propia naturaleza vasta de venganzas y vergüenzas. Luego
el terror y la calma. La nada en los ojos cerrados asumiendo su propia
extinción.
La niña mira los vastos campos vacíos
de la tierra interfecta que ya no muestran restos de la presciencia de la vida.
Solo las danzas de polvo imitan formas de todo lo habitado
Quiere regresar al lugar de su nacimiento, al origen que también fue origen de la flor. Estará allí esperándola. Son polvo y fuerza. Un péndulo que se ha de detener.
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