El daguerrotipo tiene manchas
de tiempo y lo transforma en fantasma en penumbras. Estoy olvidando su rostro.
Hoy el olor de su sangre se torna añejo en mis recuerdos. Su sabor de amaneceres
en lluvia y sabanas en pensiones de mala muerte tienen la ausencia como honestidad.
Mi poeta que incendiaba sus cuadernos. Mi fornido amante que envejecía
irremediablemente.
“Háblame de tu caminata de siglos” me decía. “déjame saborearte esta noche en un momento perenne, como un guardián del infierno que no se le permite la entrada, quien sufre la maldición de la eternidad”.
Le narré al oído la historia de nuevos mundos y esclavos en cadenas, de amores que terminaron en hogueras y cruces. De mi muerte y no muerte. Le narré de la eternidad para no despedirme de él. De su inútil intento de soplar las cenizas de su cadáver y borrar su memoria.
Me besó. “Ya estoy listo” susurró.
Bebí de él.
Lo recuerdo por última vez en esta ciudad que fue la suya, guardo su retrato borrado en mi pecho. Ya están aquí. Escucho sus gritos y los golpes en la puerta. El llanto de las madres cuyos hijos asesiné. La turba se acerca irremediablemente como las noches en todos los reinos que cayeron, como amaneceres en mil naciones.
Esta noche su memoria morirá conmigo. Esta noche festejaran nuestras segundas muertes. Mil tiempos y segundos fugaces de siglos.
El reloj cobra un nuevo sentido. Espero la estaca en silencio.
sonido
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