Lía mía esta arrodillada frente a la flor y siente un fuego
dentro que es confuso, incendiaria y placentera. Siente nostalgia por que no
quiere extrañarla más, quiere cubrirse de su perfume y viajar junto a ella a
todos esos mundos y galaxias que tanto le han hablado. Enseñarle palabras
nuevas que contienen universos infinitos, dormir cantando bajo diferentes
cielos aun vivos hasta que no pueda abrir los ojos otra vez.
Se levanta y tiene la flor arrancada entre sus dedos. Aun
bella en su muerte. La acaricia. “Este es nuestro viaje” piensa. Quiere dejar
todo atrás entusiasmada con el fuego que brasa sus entrañas. Pero los espectros
la rodean, son testigos nuevamente de la humanidad.
La niña mira a todos lados. Siente el silencio en la piel,
todos miran sus manos. La flor se viste de gris enmudeciendo los cantos de
atardeceres futuros. La cobija tratando de salvar los colores y mira aterrada a
los espectros. La vida se marchita y siente miedo. Llora pétalos. Tiembla.
Los espectros logran entender. Es lo humano resumido en un
acto de amor.
Mía Lía grita con una voz profunda y constante que su
lamento recorrió hacia el límite mismo de lo que existe. Su llanto quiebra el tiempo
y el espacio. Y la nada renace como testigo de la muerte como único fin que no
ha de cambiar. Ya no hay renacimientos en estos tiempos, la extinción es inevitable.
La quietud del silencio cobija a la niña que se acurruca
junto a la flor en una perfecta conjugación. Los espectros la observan inmóviles
como fue al inicio de los tiempos, al inicio de la vida. Y sienten, al fin sienten
lo humano de dentro de ellos.
Dolor.
sonido
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